jueves, 28 de agosto de 2008

Oldies: La clase de gimnasia.

En vista de que los años pasan para todos y tanto la ley de la gravedad como la de la vida hace que los kilos se acumulen en cantidad desmedida y directamente proporcional al nulo ejercicio que realizamos, y aprovechando que un fitness local reabriera sus puertas (cerradas hace unos años por fraude —sí, acá también pasan esas cosas—) ofreciendo un abono anual ventajoso para mi ya maltrecha tarjeta de crédito, no le di muchas vueltas al asunto y me inscribí.

Comenzar a concurrir me llevó un poco más de tiempo. Escudándome en el hecho de que hace años que no hago una clase de gimnasia, decidí empezar con la musculación para así sufrir en solitario las vergüenzas de mi baja performance y escaso aguante. El paciente Eric me introdujo en el submundo de las pesas y de las bicicletas, cintas, escaleras, y demás enceres del métier. Para pasar mejor el rato, y como muestra del avance de la tecnología, estos aparatejos vienen muñidos de pantallas planas de TV y si uno se calza los audífonos, puede mirar y escuchar tranquilamente el canal de su elección mientras el cuerpo sufre, se acalora, transpira, se acalambra, se sofoca y se cansa. Es una linda forma de separar cuerpo y mente. Lo bueno sería saber aunque sea solo por curiosidad, en esos momentos, adónde queda el alma.

Luego de que una compañera de trabajo me insistiera en compartir una clase grupal de pesas que tomé con mucho temor y timidez y que fue todo un éxito, y de que otras experiencias agridulces —las cuales no van a ser narradas ni mencionadas aquí y ahora pero sí detalladas con pelos y señales en un futuro cercano— me suministraran el tiempo necesario, comencé a asistir al fitness con regularidad, compromiso, pasión, fe y hasta alegría en la mayoría de los casos.

No voy a decir que esto me cambió la vida, pero sí puedo asegurar sin mentir que me la volvió mucho más amena y divertida. Por supuesto, a la fecha, aún no he bajado un gramo, es más, he aumentado de peso, y eso se debe principalmente a que no dejo de comer y al hacer gimnasia tengo mas hambre, entonces entramos en el círculo vicioso de comer con culpa o sin ella, con o sin clase a cualquier hora y lugar, borrando con el codo todo lo que con tanto trabajo escribo con la mano en el gimnasio. Para poner un freno a este descontrol sideral, desde hace dos semanas concurro a una nutricionista, y les prometo que cuando quede en peso les mandaré una foto autografiada, pero volvamos al meollo del asunto que ya me fui de nuevo por las ramas.

Como les decía, mi vida comenzó a transcurrir plácidamente en el tiempo cronometrado por el remo, la bici, la cinta y las clases al tono que ahora han tomado la costumbre de apodarse Body-Algo: BodyPump, la de pesas; Body Step, la del banquito; BodyBalance, mezcla de taichi, pilates y yoga; BodyJam, la del bailongo; Body Combat es como la montaña rusa de las artes marciales, una mezcla de karate, box, taekwondo, taichi y muay thai; BodyAttack ejercicios que combinan aerobicos con los de fuerza y equilibrio. Por último, el único que no es Body-Algo, el nunca bien ponderado *RPM* Rythm & Power (ritmo y fuerza) que es una visita guiada grupal y virtual en una bicicleta que no se mueve del lugar, o sea, fija.

Esta idea maravillosa, prolijamente patentada y vendida en todo el mundo cual el Tetrapak de los suecos, fue inventada por una familia de Nueva Zelanda apodada Mills. El creador se llama Les, y ello dio por resultado que en su honor la empresa se llame Les Mills, y la gente crea que es un nombre francés en plural, cuando en realidad es un atleta visionario y apasionado que vive del otro lado del mundo y hace unos años tuvo una idea sanita y millonaria.

Según ellos mismos explican, la técnica combina entretenimiento con ejercicio cuyo resultado es una mezcla irresistible que nos inspira a alcanzar nuestras metas gimnásticas y aterrizar en los niveles de salud y bienestar deseados con facilidad, elegancia y equilibrio.

Cada clase es un bloque musical de doce canciones viejas y nuevas, que en sesenta minutos de coreografía hacen que la música rija los ejercicios, y sirva de ayuda y guía al profesor y a los alumnos. Es una técnica revolucionaria y práctica, algo así como el wash & wear de la gimnasia. Las coreografías minuciosamente numeradas, son cambiadas cada tres meses, para que nadie se aburra y/o se tare o se tilde. O sea, que cuando el ejercicio te empieza a salir modestamente bien, y una se siente fuerte y diestra, te cambian el libreto y volvés a fojas cero para comprobar que la vida es un eterno comienzo.

Una licencia global de diez mil clubes que danzan al ritmo de sus melodías convirtió a Les Mills en líder mundial del fitness grupal a mediados del año en curso. Con 4 millones de participantes semanales y licencias en 67 países independientes, Les Mills ha ganado el reconocimiento mundial. Es como para no sentirse solo sabiendo que tanta gente en distintos lugares del planeta hace lo mismo que uno. ¡Ni siquiera en el gimnasio zafamos de la aldea global! Según una revista del ambiente, “Les Mills ha hecho por la gimnasia lo que Mc Donalds ha hecho por las hamburguesas”.

Ahora que ya los he desasnado con relación a las últimas novedades del mundo de la toalla mojada, sigo con mis experiencias particulares al respecto.

Si bien al principio adopté un aire invisible pues entré con la autoestima anclada en el subsuelo y dando rienda suelta a una timidez desconocida, traté de pasar inadvertida, una vez que comencé a conocer a la gente, no tuve mas remedio que ser la misma de siempre y dar lugar a los papelones acostumbrados y de rigor.
Después de meses de no interesarme más que en las ofertas del súper y de hacer esfuerzos titánicos para no olvidarme de pagar las cuentas al día o no confundirme los días y horarios autorizados para lavar la ropa, una mañana, mientras me ejercitaba en el remo al ritmo de las canciones de Enrique Iglesias, sin saber por qué me sentí interesada nuevamente en el sexo opuesto. Fue como volver a la adolescencia pero en modo visual. Me contentaba con observar, como si hubiera descubierto súbitamente que los hombres también comparten el planeta con nosotras. Y todos me parecían igualmente maravillosos. Los elegía cada vez más jóvenes, ya que soñar y admirar es gratis y no ocupa lugar. Fue así que mi vida cambió de perspectiva y la ausencia de fitness me provocaba accesos de angustia aguda por lo cual iba todos los días y me quedaba cada vez más tiempo, dos horas mínimo, incursionando siempre en el arte de la contemplación, ya que al sentirme Moby Dick no podría haber hecho otra cosa.

Uno de esos días en el cual había terminado con mi sesión de bici reductora, me abocaba a la tarea de limpiar el vehículo, para lo cual nos dejan a mano un rollo de papel y un rociador. En la bici de al lado, un señor pedaleaba alegremente su rutina hasta que su placidez facial fue interrumpida por el chorro de líquido desengrasante que la que narra no acertó a dominar y en vez de posarse sobre el manubrio, llovió felizmente sobre el pobre deportista. Es en esos momentos sublimes de la vida en que daría cualquier cosa por desaparecer de la faz de la tierra y donde me pregunto si estas cosas me pasan solo a mí. Con mi mejor cara de inocencia y sorpresa, realmente genuinas, me deshice en disculpas rezadas en varios idiomas y huyendo por el foro me perdí en el vestuario. Mientras me derretía en el sauna buscando purgar mi pecado, pensaba que hubiera sido un lindo comienzo para una historia de amor: unidos por el desengrasante tejieron una historia de amor con el fondo de los aparatos de entrenamiento.

En fin, cuestión que en un momento dado del cual no registré la fecha exacta, me crucé con un espécimen que bien podría valer la pena. Digamos que hice a un lado los amores platónicos con los de 20 y 30, y encontré algo que entonaba más con mi edad y experiencia, sin caer en la decadencia absoluta. Porque en realidad en el fitness hay de todo, como en botica, pero en los horarios mañaneros en los que yo suelo concurrir, que es en general en el horario en que mi neurona rinde más, está sembrado de gente de la tercera edad o cercana a ella. Suelen ser, en el caso de los hombres, pasajeros que comienzan a estrenar su edad jubilatoria y luego de una vida de no hacer nada, deciden que en el tiempo libre es bueno ejercitarse y hacer un poco de vida sana. Así es que, en la clase de los viernes, contamos con dos ejemplares totalmente oxidados y anacrónicos, pero que armados con un tesón y una esperanza inagotables hacen que los admiremos por el coraje de tratar de hacer, sin lograrlo nunca, las cabriolas que a todas y a todos nos cuestan un Perú.

Volviendo al tema del candidato, iba bien en edad, en formas, en atuendos (le gusta el naranja Nike), prolijo, educado y amable, en fin, casi todo. El único defecto era que en el anular izquierdo ostentaba un anillo, que nunca llegué a saber si era de los de evitar. Pero como lo mío era platónico, seguí adelante con el tema. Se lo conté a un par de amigas que fomentaron mi entusiasmo con alegría, diciéndome algo que aún no he logrado dilucidar: “Es el comienzo de la mejoría, ya vas a ver”. Sigo sin saber de qué me tengo que mejorar. También se lo conté a Bárbara, quien reaccionó con la misma alegría, pero evitó el comentario.

Al mismo tiempo, descubrí la clase de BodyJam o bailongo al tono y me fascinó. Son todas coreografías que se van construyendo con pasos sumamente simples que a medida que los vamos repitiendo, se vuelven cada vez más complicados, pues en cada repetición la profesora le inserta nuevos movimientos. Las primeras tres clases las dio un tal Fabián, un muchachito de no más de 25 años que evidentemente era gay, pero que me provocaba el morbo de una manera infernal. Con varios piercings, tatuajes y pelo corto pero tipo/en modo escarcha vertical, vestido siempre de blanco, no era ni lindo ni feo, ni bajo ni alto, ni gordo ni flaco, un verdadero NI, pero el sólo mirarlo me transportaba a los escenarios mas lascivos, lujuriosos y apasionados, y se me ocurrían cosas que ni yo misma sabía que podrían existir, tanto que en más de una oportunidad estuve tentada de invitarlo a seguir la clase en mi casa. A qué profundidad llegará mi decadencia que ya ni a los gay respeto.

Luego, y por suerte para todos, volvió la profe titular, y pude evitar las distracciones de antaño y conciliar nuevamente el sueño. Yo no sé por qué esta clase me gusta tanto, ya que hago todo al revés, pese a lo cual me divierto como loca. Las primeras clases estuve justificada puesto que las demás conocían los pasos y yo era la nueva, pero a medida que avanzamos en el tiempo y seguí haciendo el ridículo, la profe perdió las esperanzas y todas se acostumbraron a esta gordita que baila a contramano por la vida. En realidad, a mí no me molesta tanto el tema de no embocar los pasos como se debe, trabarme en los kick and tap (una especie de tortura dancística que puede desencadenar doble fractura expuesta de tobillos) o marearme cuando hay que hacer más de un giro, sino lo que no soporto es que obligadamente me tengo que mirar al espejo y me siento verdaderamente Moby Dick en busca del ritmo. Para evitar esa confrontación con la realidad, empecé a centrar mi mirada en los pasos de la profe (que en contraste con la que narra siempre son espléndidas en forma, figura y performance) y me ubiqué en la última fila; allí no sólo nadie veía mis errores garrafales, sino que tampoco me veía yo. ¡Genial! Todo fue bien hasta que a la profe se le ocurrió insertar un salto con semigiro hacia atrás y allí quedé yo en primera fila, tratando de convertirme en ninfa esbelta, elevada por los aires a destiempo (siempre voy con un compás de retraso), tirando mi cabecita hacia atrás en una de las actuaciones mas ridículas de mi vida. Pero lo sobrellevé con dignidad, es más, hasta me sirvió para aterrizar sin mayores daños en la realidad de mi vida. Ahora que estoy firmemente convencida de que aunque baile “Baby Boy” nunca voy a ser Beyoncé ni Jennifer López, la vida se me ha vuelto más sencilla, como si la exigencia de ser perfecta se hubiera evaporado totalmente. En eso también contribuyeron, una vez más, mis hijos. Nunca olvidaré las trágicas caras de rechazo, espanto y horror cuando yo llegaba a casa totalmente entusiasmada y, en estado efervescente les ensayaba orgullosa los pasos y las coreografías aprendidas en clase, encima de los temas musicales de moda que a ellos les encantan. ¡Qué ingratos pueden ser los retoños!

Los dos remates finales en este ajuste de cuentas con la vida los puso Kevin quien, en agosto pasado, cumplió 18 años. Desde entonces todos las semanas se percata de algo que puede hacer, en el sentido de que ya no necesita del consentimiento y del permiso materno, como ser: casarse, sacar una tarjeta de crédito o el registro, irse a vivir solo, viajar, emigrar, en fin, todo. Pero el broche de oro fue una mañana de la semana pasada. Fuimos juntos al fitness y como Kevin terminó antes que yo, me esperó afuera con Van, un amigo nuestro. Al saber que me esperaban, para ahorrar tiempo, no me sequé el pelo y salí así, fresca y natural, con los cabellos tirados hacia atrás y mojados. Kevin se me fue acercando despacito y, a medida que me observaba, su rostro se volvía más serio y preocupado, tanto que le pregunté: “Pero ¿qué pasa, tengo algo malo?”. Mirándome con cierta compasión y mucha ternura, me dijo despacito: “Mamá, ¡tenés el pelo blanco!”.

Volvamos a temas más gratos, como mi caballero andante, alias Naranja Mecánica por los atuendos en tonos de blanco y anaranjado. Noté que era algo fana de la bici pues un día lo vislumbré en la clase del mediodía de *RPM*. Otro día mientras yo pedaleaba fatigosamente en una bici y charloteaba con mi amiga Berenice, él hizo 20 minutos ininterrumpidos de cinta, corriendo como un verdadero maratonista. Eso me permitió analizar con profundidad su parte trasera puesto que estaba de espaldas, y pasó el examen con mención especial.

Una de mis compañeritas de clase, es otra argentina que se llama Claudia y es fan del deporte también. Al ver que ella concurría a las clases de *RPM* le pregunté si eran muy difíciles o fuertes, me dijo que no, que si yo hacía bici en la sala bien podía probar este curso en cualquier momento. El momento justo llegó un jueves que fui a tomar una clase de BodyJam por la tarde. Ya había participado en la de la mañana, pero volví por la tarde para reivindicar el papelón matinal y a continuación de esa misma, venía la de la bici en seco. La clase la daba mi profe preferida que es Michelle y que se puso recontenta cuando vio que me tendría como alumna en esta otra disciplina. Mientras yo iba al vestuario a cambiarme la remera le pedí a Claudia que me reservara la bicicleta de al lado de ella. Cuando volví a la sala, que estaba llena de gente, todos habían ubicado sus bicis en semicírculo y mismo antes de comenzar estaban ya pedaleando como desquiciados al son de una música estimulante y estridente. Michelle, que nunca entendí por qué me quiere tanto, estaba ajustándome la bici. En esta técnica los pies van atados al pedal, intuyo que para evitar que la gente huya despavorida escapando de esta sesión de tortura. Colmada de atenciones y sin vislumbrar lo que se avecinaba, tomé asiento en mi máquina, sintiendo que todos me miraban pues la profe, como si fuera mi mamá, me ajustaba la silla (como soy enana siempre hay que bajarla) y las correas de los pedales. A mi derecha Claudia me daba ánimos y, como un regalo del cielo a mi izquierda estaba ubicado en carne y hueso, Naranja Mecánica en vivo y en directo. Entre el cansancio de las dos clases de Bodyjam, los nervios de este encuentro cercano con el hombre de mis sueños, las muestras de cariño de mi profe y la efervescencia del grupo que yo no compartía y que me hacía sentir una enajenada, Michelle montó su bici y comenzó la clase. Todo fue bien los primeros cinco minutos en los que todo el mundo pedaleaba a un ritmo normal disfrutando de la música y de los consejos de la profe. Comencé a preocuparme un poco cuando noté que en la barra que baja del manubrio hasta los pedales se hallaba ubicada una especie de canilla con aspecto siniestro y sospechoso. No había terminado de reparar en la misma cuando la vocecita angelical de Michelle dijo que nos notaba muy cómodos y que había que apretar la canilla dándole una vuelta entera. Mis temores iniciales se confirmaron con rapidez puesto que al hacer lo sugerido, los pedales se volvieron unos objetos insufribles, infinitamente pesados y densos, un verdadero tormento espeso y yo comencé a sentir que mi peli se filmaba en cámara lenta. Debo de haber puesto una cara muy elocuente puesto que Michelle me dijo suavemente que no me preocupara ya que era mi primera clase. Pero yo seguía con la contrariedad que mientras, todos, absolutamente todos, pedaleaban sin problemas y alegremente, yo moría en cada vuelta de pedal que tornaba mi existencia difícil, pesada, acalorada, sudorosa en grado extremo y sumamente dolorosa y angustiante. Pero esto no acabó aquí, Michelle, como ajena a la vida real de este mundo les dijo que había que ajustar un poco más la canilla y pedalear de parados. La viveza criolla me salió al paso y aproveché la maniobra para girar la canilla para el otro lado, sin que nadie se percatara de mi astucia, la cual duró poco pues acto seguido cuando quise pararme, los pedales se quedaron clavados en el aire y me fue imposible continuar. Muerta de vergüenza y antes de que los demás se dieran cuenta (como si a alguien le importara) me senté y seguí pedaleando con gesto distraído mientras le espetaba a Claudia en castellano todas las impurezas que se me pudieran pasar por la cabeza, tipo, “ustedes son todos una manga de enajenados, no puedo creer que alguien disfrute haciendo todo esto, esta bici tiene un defecto de fabricación, y otras cosas que prohibía la censura.”

Mientras recitaba todos estos desatinos y me cansaba más aun, pero por lo menos desagotaba mi frustración, humillación, dolor y el hecho de sentirme un vejestorio inútil y gordinflón, miraba de reojo el reloj digital que se encuentra en el centro del salón. Los minutos no pasaban mas, cegada por la desesperación llegué a pensar que se había descompuesto y que nos quedaríamos toda la vida encerrados en esa clase de tortura a pedal, tanto que comencé a suplicarle en silencio al reloj que marque las horas una especie de contrapartida del bolero Reloj en el cual no tenía que pasar el tiempo. A todo esto y como corresponde, los demás seguían en su mundo alegremente festejando la fiesta del pedaleo absoluto, ajustando sus canillas y viajando virtualmente quien sabe donde. Cuando comprobé que los minutos pasaban lentos y difíciles y que el abrir la canilla ya no suavizaba en nada mis angustias, que mis piernas se acalambraban y ya no sentía los pies, me dije que indefectiblemente había llegado el momento de la retirada puesto que si continuaba así el esfuerzo físico podría desembocar en situaciones desagradables, tales como nauseas, vómitos, desvanecimientos y/o espasmos epilépticos. Tratando se conservar la elegancia, y de que el Parkinson no me atacara la mano ni el brazo, le hice a Michelle una seña elocuente, que entendió al vuelo. Paré de pedalear y traté de no enredar mis dedos en las correas mientras me desprendía de los malditos pedales y le mascullaba a Claudia en tono de despedida: “¡esto no puede ser normal!” Naranja Mecánica, que no debe de entender el castellano pero intuyo que captaba el tono de mis comentarios, reía divertido y me miraba de costado, fue lo único positivo de este encuentro cercano con el deporte pedaleado. Cuando me retiraba de la sala, asombrada de poder caminar aún, Michelle me seguía nombrando y diciendo que me esperaba en una clase próxima, cosa que valió que todo el grupo se percatar de mi partida y esgrimieran sonrisitas consideradas para la que había capitulado a favor de la vida y el reposo muscular. Luego de este papelón deportivo, partí a Buenos Aires y a mi retorno aún no he podido recobrar el ritmo de antaño. Luego de haber participado en ese intento de acercamiento al mundo cíclico y haber comprendido en carne propia por qué Vargas Llosa los llama “las ruedas autistas del ciclismo” no me tienta el reintentar otra de esas clases por el momento, sobretodo teniendo tantas otras que elegir. No he vuelto a cruzarme con mi enamorado, tanto que ya casi no me acuerdo qué cara tenía, cosa que tampoco me preocupa mayormente.

En realidad, nunca se me pasó por la cabeza al anotarme en el fitness, que me encontraría con toda la gente que tuve la oportunidad de conocer. Fue como una caja de sorpresas o fue tal vez que mis rezos fueron - ¡al fin!- escuchados, pero hay una camaradería, un buen ambiente y buen humor que hacen que todo lo que una sufre se sienta leve en comparación con lo que se disfruta, que hacen que uno tenga ganas de volver. Me siento parte de un club, de un grupo y es la primera vez que me pasa desde que vivo en este país. Así que levanto mi copa y brindo por la salud y el ejercicio y prometo volver con más anécdotas de esa nueva etapa deportiva que hoy alumbra mi vida.

domingo, 24 de agosto de 2008

Oldies: Ser Extranjera

Anoche fuimos a comer afuera con una pareja de amigos de Marcelo. Hacía mucho que yo quería conocerlos pues Walter, francés de Alsacia, fue con Marcelo a navegar varias veces al Caribe y era un poco como el héroe legendario de todas esas anécdotas caribeñas que Marcelo me contó con tanto entusiasmo y mechadas con tan buenos recuerdos. Jean-Renée, su mujer, es suiza. Como no tienen hijos, trajeron al perro, un bóxer llamado Max de un año de edad que se portó impecablemente bien.

Fuimos a comer a un restó gastronómico de esos que se encuentran a la orilla del lago Leman y que por ende son elegantes y caros. El “Chateau des Fleurs”, que también es un hotel, donde fuimos atendidos por cuatro mozos que seguramente estaban en pleno estreno y despliegue de sus dotes estudiadas con esmero en la famosa escuela internacional de hotelería suiza. El hecho de que el perro ocupara un lugar en el piso al lado de su amo, provocó un verdadero revuelo que no pudieron superar en toda la velada. Por mas que Walter les explicó que ya no importaba mantener las posiciones de rigor para servir, como la creatividad es algo que no se estudia y obviamente en este país tampoco se requiere ni se premia, no supieron inventar otra que tratar de pararse arriba o al borde del pobre perro para seguir ensayando sus poses adquiridas en un acrobático intento vano por aceptar simplemente la realidad: había que pasar por otro lado. Estaban tan pendientes de hacer todo bien y era tan poca la espontaneidad de la que disponían, que el mínimo margen de error los sumía irremediablemente en la comedia de los equívocos en vías del desastre completo, con la diferencia que aquí nadie reía. Creo que mas de uno terminó —como la chica que apoyó prematuramente en la mesa la inmensa copa cristaloidea que contenía el hielo, antes de que el maître hubiera introducido los dos cubitos de rigor en mi aperitivo— con úlcera perforada y reprimendas varias. La mirada taladrantemente expresiva de la que fue objeto no se me pasó por alto y la pobre que ya estaba pálida y nerviosísima, pasó al verde lívido y estoy segura de que al llegar a la cocina debe de haber sufrido una crisis frenética y unas cuantas amonestaciones que redundaran tal vez en un descuento en su sueldo. Yo trataba de calmarlos con cálidas miradas de agradecimiento y mercis susurrados a repetición pues me producía una inmensa pena verlos sumidos en tanta confusión y aún así seguir perseverando en conseguir algo perfecto que no servía para nada. Pero estaban todos tan pendientes de su esmerada actuación que no creo que mi pobre mensaje de paz y tranquilidad, les haya hecho mella en algún momento. La mesa estaba tan llena de cosas que era casi imposible moverse con comodidad y uno se terminaba preguntando para que quería tanta copa, tanto cubierto y tanto platito que lo único que lograban era dificultar la digestión de la comida servida, que, eso si, era una verdadera delicia.

Así que heme aquí, en el medio de un despliegue de esmeradas atenciones y tratando de seguir la conversación en francés, entendiendo poco al oír hablar de gente que no conozco y de situaciones ajenas en las que me resultaba difícil intervenir o dar una opinión. Mansamente me puse en auditiva, tratando de acompasar y observar para conocer y comprender a estas nuevas personas que tal vez por un capricho del destino y sin explicación cósmica, irrumpen en mi vida de este ahora. En un momento se habló de cine cómico francés, empezando por la maravilla de “Asterix y Cleopatra” y eso me puso contenta porque amo el cine y había varias películas que había visto, pero cuando lograba hilar una frase coherente sobre mi opinión al respecto, ya estaban en otra peli que tal vez yo no había visto; esto sucedió varias veces hasta que agarrándome del rubro de películas recomendables y meritorias, logré citar “Los unos y los otros” excelente film de Claude Lelouch, año ‘81 u ‘82 si no me equivoco, un film que da mucho para comentar. Walter tarareó una canción que en realidad era la música de “Un hombre y una mujer”, otra famosa película de Lelouch pero del ’66. Cometí el error de corregirlo con año y todo y si bien lo disimuló riendo, no le gustó nada y eso puso fin a la discusión cinematográfica y a mis pocas posibilidades de intervención en un tema neutro que hubiera servido para perfilar una opinión personal y de ese modo dar a conocer un poquito de mi persona. Eso, si la gente tiene ganas de conocerte y le da la cabeza para analizar tus comentarios y lecturas particulares.

Mientras avanzaba la noche comencé a sentirme cada vez mas frustrada de no poder decir ni intervenir en nada y ojo, no pretendía ser la estrella ni ostentar un rol protagónico ni mucho menos, solo quería ser una mas del grupo. Me sentí dejada de lado, aislada, triste, poca cosa, pero por sobre todo me sentí extranjera, hecho que me disgustó mas que cualquier otro.

Cuando volvíamos para casa en el auto estaba realmente angustiada, pues no es la primera vez que me pasa una cosa así. Antes me excusaba pensando que era por no comprender las sutilezas del idioma o ciertos chistes, o muchas veces por una diferencia de cultura, aquí muchos tienen poder económico y son educados pero eso no va de la mano de la cultura (tanto museo y obra de arte al reverendo pedo!). Y no es que yo me sienta “El libro gordo de Petete” pero digamos que en el ámbito que siempre me moví, hay ciertas cosas que uno comenta, aunque sea un artículo del diario, una exposición, un libro, la música, el cine, etc. Pero anoche comprendí que es doloroso no tener un espacio en una mesa amistosa, y que en el fondo todo eso no es otra cosa que pagar el derecho de piso con cierta abnegación y sacrificio, disimulando la bronca que nos provoca no ser tenidos en cuenta y ser el último de la fila.

Me di cuenta de la gran diferencia que hacemos los latinoamericanos con los extranjeros, que en general los hacemos sentir a gusto, les preguntamos de donde vienen, como se sienten, como es su lugar de origen, que extrañan y qué añoran. Nos gusta saber que hay en otros lugares, como somos vistos a través de otros ojos, poder compartir, aprender y de ese modo ensanchar nuestro universo humano. Al europeo medio, no le interesa agregar nada a su ya muy satisfecha vida. Ese individualismo me pareció tan pobre y tan triste, tan poco humano… Desde mi simpleza y mi ignorancia, me pregunto si la guerra se sigue cobrando víctimas décadas después y deja este saldo tan horrible que no solo pagan los descendientes de los que la vivieron sino los descendientes de los que se salvaron, los que no la vivimos y debemos integrarnos a una sociedad afectada. Sobrepuesta en lo económico pero no en lo psicológico.

Este es el mundo que me toca vivir hoy. Detrás de toda esa magia y de esa aventura que es la migración para vivir en un lugar mejor, se rasga el alma y salen estas cosas, cosas lógicas que muestran la parte oscura de una sociedad: el individualismo.
Por eso, todos aquellos que me hacen tanto bien diciéndome “que bien que te fuiste”, cosa que tanto agradezco pues una a pesar de todo sigue dudando, tal vez puedan entender todas estas sutilezas que también forman parte de la vida. Son cosas que jamás me imaginé que pasarían, no sabía que existían, pero existen y están y hacen que uno sea menos feliz de lo que imaginan aquellos que se quedaron. Hacen que uno valore más de donde viene, la educación recibida, la patria grande, el compañerismo y la poca discriminación que se vive en nuestro país.

En el fondo debo sentirme agradecida pues puedo ver las dos caras de la moneda y eso me hace infinitamente rica, pero no me quita la tristeza y no por ello dejo de añorar, todos los días de mi vida, la tierra que dejé y la gente que amo que quedó allá lejos en el Sur de mis afectos…

sábado, 23 de agosto de 2008

Oldies: El mito de la eficiencia europea.

La imagen que uno tiene de Europa viviendo en la Argentina, esta magnificada e idealizada por varios factores concretos. A saber:

El hecho de que gran parte de nosotros seamos nietos o descendientes de europeos indica que obviamente fuimos criados y recibimos desde nuestra cuna la tradición de los pueblos de origen. Mamamos las añoranzas de nuestros ancestros que con el tiempo y la distancia se acrecentaron al paso de los años... todo aquello que se vuelve imposible, en la mayoría de los casos, se idealiza y se desea aun más. Si sumamos que nuestro país involuciona y que Europa salió de las guerras y se convirtió en un lugar estable y próspero, comprenderemos que el legado inconsciente que hemos recibido se torna cada vez mas lógico y verdadero.

Europa es rica y lindísima. Es ordenada, muy ordenada y estrictamente disciplinada, si la comparamos con nuestro desorden y nuestro caos sudamericano.

El hecho de que sea ordenada y disciplinada no quiere decir que también sea eficiente si bien es mucho mas fácil ser eficiente desde el orden y contando con la disciplina como accionar. Pero como todo en la vida, siempre hay un lado brillante y un lado oscuro. Tendemos a mostrar el brillante y a esconder el oscuro. Los países también hacen lo mismo pues están formados y habitados a la imagen y semejanza de sus ciudadanos.

La mayoría de nosotros estamos signados por un hecho concreto que en algún momento debemos de cumplir inexorablemente para que nuestra vida sea completa. Son esos mandatos ineludibles que muchas veces no racionalizamos pero que inconscientemente están en nuestro interior como algo pendiente a cumplir para sentirnos realizados. ¡El famoso viaje a Europa! Eso significa que en algún momento abordaremos un avión y pasaremos “x” cantidad de tiempo en el viejo continente, en un tour paseando y admirando todo. Como turistas de vacaciones, viviremos momentos inolvidables visitando lugares maravillosos, acumularemos anécdotas deliciosas, escribiremos postales, sacaremos fotos... Es algo así como vivir el delicioso comienzo de un enamoramiento, donde todo es descubrir con interés y mucha energía lo lindo, lo bueno, lo sano. El tiempo nunca nos alcanza para vivir lo suficiente parándonos en la desnuda realidad de lo cotidiano y aprender que en toda partes se cuecen habas. Es casi imposible llegar a detectar el lado oscuro de ese continente maravilloso, al que venimos tan bien predispuestos, en el breve lapso de unas vacaciones.

Si dejamos de lado los paisajes, las autopistas, los museos, los miles de siglos de civilización que fueron necesarios para crear las múltiples comodidades del sistema europeo, descubriremos que detrás de todas esas cosas hay gente que tiene los mismos miedos que todas las personas del planeta y contrariamente a la idea que nos hicimos ... no son mas inteligentes que otros, simplemente viven en países mas prolijos y organizados por contar con siglos de civilización y enseñanzas tan extremas como dos guerras que dejaron como saldo positivo lo que encontramos hoy.

También cuenta el hecho de que aquí las necesidades básicas están cubiertas y contempladas. El estado te ayuda a llevar una vida fácil y te encarrila a que seas un ciudadano que cumpla con sus deberes para poder tener acceso a los derechos. Creo que allí esta el quid de la cuestión. La gente que nació con esta costumbre de ser asistida generalmente nunca paso por las crisis que nosotros hemos pasado y entonces no tienen la flexibilidad necesaria para poder parase en otro lugar y ver las cosas desde la otra orilla. Viven agarradas del estimulo-respuesta como si fuera un solo bocado y no una experiencia de dos pasos. Entonces se pierde la emoción de lo autentico pues todos responden igual. Se nota la ausencia de creatividad, de calidad y calidez en las respuestas. No pueden aislar su respuesta y comandar desde sus sentimientos y racionalizaciones personales justamente porque carecen de ello. Están tan automatizados que se han olvidado de pensar con libertad de raciocinio y de sentir con el corazón. La rutina les ha borrado todo rastro de originalidad.

Nunca me voy a olvidar cuando un día hablando con Leticia por teléfono, y luego de haberle descrito los básicos del sistema de desempleo y la reinserción laboral, ella se sorprendió de lo bien organizado que estaba todo y me pregunto: “y decime Ale, ¿la gente es feliz?”... Una de las cosas que más me impactó cuando llegué a Ginebra fueron las caras sin sonrisa y la poca amabilidad de la gente en lo cotidiano. Y una de mis mayores incógnitas es llegar a saber de que se nutre toda esta gente que esta tan cómoda y tan satisfecha. ¿O será que cuando estamos bien no podemos aprender y solo cuando el dolor nos espolea le damos verdadero valor a la vida y nos volvemos conscientes de nuestros sueños? ¿Tan hijos del rigor somos?

Ignoro que hubiera pasado conmigo si yo hubiera nacido aquí y desde la cuna no hubiera sufrido ninguna privación, si no hubiera estado expuesta a esta migración que tanto me duele pero que tanto me enseña. ¿Podría darme cuenta de que hay otra manera de vivir? Supongo que mi vida sería bien distinta sin todas las experiencias vividas y me pregunto que clase de ser humano sería. ¿No soy un poco dura con toda esta gente que tanto critico simplemente porque al no haber tenido “mis experiencias” se comporta diferente de mí?

Mas allá de ese sentir y de estas incógnitas, está la realidad de como son. Y son distintos y diferentes, tal vez mucho mas limitados por no haber salido fortalecidos de ninguna experiencia difícil.

Otra de las cosas que mas me impresionó fue lo aislada que vive aquí la gente, lo poco abiertos que son, lo “fríos” como solemos llamarlos todos los extranjeros, hasta los ingleses! Muchos dicen que es porque son calvinistas o porque antaño Suiza quedaba aislada de todos en el invierno o que no tienen salida al mar.

Cosa que me resulta sumamente difícil es sacar temas de conversación. Cuando me encuentro con gente que no conozco, ya sea que vengan a mi casa por primera vez o estemos compartiendo una comida, me sucede algo que nunca me había pasado y es que ¡no sé de qué hablar! Se teje un silencio espeso y los rodea un aire de distancia que levanta un muro infranqueable, que una no se anima ni a preguntarles si trabajan o que cuernos hacen en su vida, para empezar a hablar de algo. Entonces, sucede otro milagro, me quedo callada y observo. Eso no me viene nada mal, pero me siento sumamente incómoda.

Me devano los sesos pensando cual es el lado positivo de vivir tan aislado o si es que no conocen ni pueden imaginar otro tipo de vida, mas solidaria, mas compartida, mas espontánea y divertida, pero no logro llegar a saberlo. Y escucho de Marcelo o de otras personas que llevan años viviendo aquí, las mismas quejas que tanto me afligen. En Suiza se vive así, con esa distancia insalvable, con maestros de jardín de infantes que saludan a los alumnitos dándoles solemnemente la mano, con gente que uno trata diariamente pero sin llegar a profundizar lazos basados en compartir el calor de la amistad, sin pedir nunca prestado ni solicitar favores.

¿Será por eso que los suizos no quieren casarse con suizas y las suizas no quieren casarse con suizos?

Pero por sobre todas las cosas, hay algo que tiene para mí un valor inmenso y es lo que me recuerdo cada vez que tengo una pataleta de desarraigo y me siento una verdadera desterrada: aquí hay seguridad. Mis hijos van y vuelven solos de cualquier lado y a cualquier hora y no se me pasa por la cabeza que puedan no volver a casa o que alguien les pueda hacer daño.

Ese es mi amuleto y es lo que hace que soporte estoicamente todo lo que tanto me disgusta. No puedo menos que estar agradecida a un país que me recibió, me formó, me ayudó a insertarme en una sociedad nueva, me dio trabajo y que se encarga de formar y cuidar a mis hijos.

Esa es mi realidad, vivir con lo que extraño, con lo que anhelo y aprender a enfrentar esos fantasmas nutrida por los lindos recuerdos y el agradecimiento de haber tenido la oportunidad de vivir mejor y segura, aunque lejos de mis múltiples afectos.

lunes, 18 de agosto de 2008

Paisaje de Verano.

El paisaje del verano me muestra las carpas del Paleo que ya están armadas, los campos verdes o dorados, la gente que pasea y hace asados y picnics; me trae el sol, el calor, las tardes interminables y las noches cortas, las madrugadas frescas impregnadas con olor a nuevo. El verano me hamaca en su sopor, me lleva a la piscina, a acostarme en el pasto y sentir la tierra, a mirar por el balcón y a regar mis plantas diariamente. Me impulsa a querer hacer paseos por los bosques frescos y amables que invitan al descanso y al verde profundo. Me regala la fiesta de los sabores de las frutas estivales, frutillas, duraznos, sandías, melones, ciruelas, y los helados, que nunca, lamentablemente, serán los de Freddo.

Siempre consideré que el verano era una fiesta, una temporada encantadora que esperaba todo el año y luego disfrutaba intensamente. El fin de las clases, las vacaciones, el ansiado recreo anual, lleno de fiestas y sorpresas.

En Europa el verano trae, aparte del turismo, un ingrediente mas nuevo y menos tradicional pero que sigue batiendo récords: los festivales musicales.

Esta semana se llevó a cabo en Nyon, el Paléo, famoso festival de Rock & Pop mas grande de Europa, que se lleva a cabo de martes a domingo y reúne, tal como el festival de Jazz de Montreux, a importantísimos músicos de todo el planeta. Este año se dieron cita: Ben Harper & The Innocent Criminals, Call The Hives, dEUS, Mika, Justice, Girls in Hawaii, Micky Green, I’m from Barcelona, Manu Chao, Massive Attack, IAM, Grand Corps Malade, Keny Arkana, Yelle, Vanessa Pardis, Etienne Daho, R.E.M., Yael Naim, por nombrar los que yo mas conozco. Lo que diferencia al Paleo de los otros festivales es que aquí la gente puede venir con su casa rodante o su carpa y acampar durante toda la semana, es una especie de éxodo temporal musiquero con un touch hippy-freestyle, que hace que Nyon, el pequeño pueblito donde vivimos sea sacudido por una oleada enorme de gente, de tráfico y de trabajo extra pero todo con olor a clave de sol.

Mis hijos, a partir de sus 14 años siempre se anotaron para trabajar en este festival y como tal, recibían su pase gratis para toda la semana y un pago extra. Tenemos este festival tan incorporado a la familia que me cuesta trabajo pensar que Kevin no está aquí para disfrutarlo.

Cuando lo invité “un día a tu elección”, Brandon eligió el miércoles como la noche para asistir. Las entradas se ponen en venta en el mes de abril y se agotan en la misma semana – aunque cuesten entre los 180 y los 300 francos (o dólares) dependiendo si uno es estudiante o no y si el abono es de 4, 5 o 6 días; la entrada por día cuesta 60. Una vez comenzado el festival y para luchar contra el mercado negro, la empresa organizadora pone todos los días 1000 entradas en venta en Internet. Así fue que el miércoles luego de haber dejado a Manolo en la veterinaria para su control diabético, me instalé en la computadora poco antes de las 9 y comencé a seguir las indicaciones para conseguir las dos entradas, prendiendo vela para luchar contra los efectos nefastos del fracaso pues nunca se sabe en que estado incandescente se encontrarán Internet o nuestra venerable computadora, quien luego de su último derrame cerebral ha quedado con ciertas dolencias y una marcada sensibilidad irritativa que me quitan toda la confianza. El universo me acompañó y logré sacar las dos entradas sin problemas, pagué con tarjeta e imprimí los tickets en mi impresora con mucho esmero y mucho orgullo, ¡¡¡lo que es la tecnología!!!

El Festival abre sus puertas diariamente a las 16 horas y desde entonces que brillan los conciertos, los puestos de comida, los stands de publicidad y los negocios que venden absolutamente de todo como ya es de rigor en cuanto evento se desarrolle, ya el merchandising no solo tiene que ver con el tema sino que trasciende lo alegórico y nos invade con todo lo que ande circulando por allí y sea vendible. Nosotros salimos de casa un poco antes de las ocho, campera en mano pues soplaba un viento poco amigo. Fuimos caminando tranquilamente hasta la estación de Plantaz desde donde abordamos el tren gratuito que nos llevó en escasos minutos hasta L’Asse, cede oficial del Paléo. El ambiente era manso y animado, como cuando uno va a una fiesta en familia, pues es ese el sello del Paléo. Los chicos menores de 12 años no pagan, así que son arrastrados por sus padres o los padres son arrastrados por los hijos y se forma así un espacio Campanelli pero con aire suizo que es muy gracioso y atípico. Al principio impera el orden, pero luego sea por la ingesta de alcohol, por la cercanía de los amigos y conocidos, por el ambiente festivo, por el verano, los diques del control absoluto son asaltados y minados por las ganas de vivir, por disfrutar, por la alegría y el gozo y la gente se deja estar, baja la guardia y vive el presente con felicidad. Eso provoca que no todo esté tan limpio y ordenado, que a veces nos encontremos asediados por la masa y que haya colas y esperas, es un paisaje real y lleno de vida, imperfecto, desordenado que contrasta con la vida rectangular y lisa que solemos transitar en estos paisajes.

Como teníamos tiempo primero estuvimos paseando un poco y tanto stand de comida nos dio hambre así que nos sentamos a comer comida china del restó Mekong y de paso estudiamos un poco el público. Un relax total donde todo estaba permitido, desde converse altísimas cual bota de caña alta compradas en Rusia, pelucas verdes, pelos al viento, al rulo o a la que te criaste, shorts con o sin medias largas o cortas, faldas cortas, largas o a media asta, remeras de todos los colores, en fin, muuuuy free.

En la mesa de atrás nuestro se encontraba el típico caso del chiquillo de 2 o 3 años, totalmente copado con el evento, que papá subió a la mesa y que ostentaba una guitarra eléctrica de juguete. El chiquilín estaba como poseído y circulaba a lo largo y a lo ancho de la mesa tocando mudamente la guitarra y gesticulando como si ya fuera una estrella de rock consagrada. El único problema era que nadie le prestaba atención. El padre discutía mansamente con la madre sin registro alguno del vástago y el chico que quería que lo que no tiene mas remedio ni elección de amar mas en el mundo le diera bolilla, iba subiendo el volumen de su espectáculo a una velocidad indirectamente proporcional a la bola que le daban sus progenitores. Yo lo miré; al principio con curiosidad y simpatía que se fue convirtiendo en preocupación altamente irritativa a medida que el espectáculo unipersonal del chiquilín se convertía en algo más violento e impetuoso. El padre, que a esta altura se había quedado solo, seguía sumido en sus propios pensamientos y ni siquiera le dirigía una mirada a lo que ya se había convertido en una fiera suelta que pateaba y pisoteaba la mesa cada vez con mas ímpetu y fuerza. Yo no podía despegar los ojos de la escena, pues por un lado la velocidad me alucinaba y por el otro la impasividad del padre me ponía loquísima. Finalmente cuando el chico dio el inevitable y esperado traspié y por un pelo se salvó de desnucarse, el ancestro se dignó mirarlo pero solo ¡para retarlo! ¡No se puede tener un padre más al pedo! Y ahí tuve que tener una pequeña intervención –Brandon me permitió esgrimir solo una exclamación- pues no soporto esas cosas que pasan sobretodo en esta Europa vieja e intolerante, donde a los chicos se les exige desde pequeños ser grandes y responsables. Así que para no agriar la soirée desde el comienzo, optamos por levar anclas, dejar al futuro roquero discutiendo con su impávido progenitor y sondear otras aguas más a tono con nuestras urgencias.

Aterrizamos en lo que se llama “La grande Scène” y para nuestra sorpresa el concierto acababa de comenzar. Lentamente nos fuimos adentrando en la marabunta de gente hasta lograr acercarnos al menos a una de las dos pantallas gigantes. El grupo que azotaba los teclados se llamaba Justice y yo ya lo conocía puesto que en mi hogar, Brandon agota con sus canciones. Eso fue bueno, pues si no hubiera tenido los oídos ya domados, creo que no lo hubiera aguantado. Al conocer los temas de antemano, me enganché y lo pasé genial. Justice es un dúo francés de música electrónica formado por Gaspard Augé y Xavier de Rosnay. Su logo es una gran cruz luminosa representada también en su primer álbum –junio 2007- que obviamente se llama + (Cross), la cual llevan a todos lados y que como no podía ser de otra manera, estaba expuesta en el escenario: grande, blanca y brillante. El dúo, controvertido entre los fanáticos de la música dance, es conocido por incorporar una fuerte influencia rock a su música e imagen. La verdad es que estos dos tecladistas se mataron tocando, se notaba el esfuerzo, sobretodo porque uno fumó casi todo el recital y darle al teclado y fumar a la vez es toda una hazaña que requiere maña y habilidad. El último tema que tocaron “We are your friends” (tema ganador del mejor video MTV Europe Music Awards 2006) y que normalmente tocan con otro cantante llamado Simian, que no forma parte del dúo –je, sino sería un trío-, duró una buena media hora y fue a-lu-ci-nan-te. Digamos que condimentaron el tema original con todo tipo de novedades. Crearon una especie de patch-work musical, cortando al bies e insertando otras músicas en el medio, arriba, abajo o a los costados, un trabajo magistral de mezclas y remezclas, con un ritmo infernal que nos llevó a todos un desenfreno danzante que nos alegró la vida, el alma y el espíritu.

Como sucede a menudo, cuando se termina un concierto que nos lleva al éxtasis y al desenfreno, en cuanto los parlantes se callan, se instala, además del silencio, como un vacío existencial que se extiende e impregna todo. Sentir ese vacío en un lugar al aire libre y poblado de gente es sumamente raro y extraño, sobretodo por que en general en ese momento uno no entiende lo que pasa. Por eso lo mejor fue buscar nuevos horizontes. Mientras tratábamos de desalojar mansamente el área, Brandon me contaba lo impresionado que estaba de haber logrado ver a escasos metros, gracias a que al final me lo subí en la espalda para que pudiera ver el escenario desde donde estábamos, a sus ídolos, “y era tan real, estaban allí, los vi tan cerquita… ¡y después los veo en la televisión!” Es la magia y el encanto de los conciertos en vivo, lograr ver a los ídolos y verificar que son de carne y hueso, que existen, que respiran, que son tan seres humanos como todos nosotros.

El programa siguiente era tratar de ver a Micky Green, la ex -modelo australiana de 23 años cuyo tema “Oh!” (¿no es excelente el título?) circula por los canales de cable noche y día sin parar. Y digo bien cuando escribo “tratar de ver” puesto que nunca logramos entrar a la carpa donde la chica cantaba. A medio camino nos vimos atrapados en una masa compacta de marea humana que no nos dejaba mover con libre albedrío como era nuestro sentir. De todas formas y gracias a una perseverancia inclaudicable logramos arrastrarnos a través de la gente y llegar hasta la puerta desde donde escuchamos “Oh!” muy emocionados. Brandon no podía creer que no íbamos a poder entrar, pero yo lo hice recapacitar y le dije que visto y considerando que nos iba a llevar un tiempo salir del atascadero en el que estábamos anclados, lo mejor era poner proa orientada hacia el próximo concierto antes de quedar sepultados allí para siempre.

Por suerte dimos con una corriente favorable que haciendo un gran détour nos hizo desembocar en la carpa de Baccardi, que si bien estaba llena de gente, por lo menos daba lugar y espacio para caminar y/o deambular como seres humanos dignos. Aprovechamos para asistir al excusado, lo que nos llevó un buen tiempo debido a las densas colas destinadas a tal fin. En este festival se vende mucha cerveza y entonces las colas de los baños son tan asistidas por hombres como por mujeres.

A las 23h15 plantamos bandera nuevamente en “la Grand Scène” debajo de la pantalla gigante y a escasos 5 metros del escenario. Ya era imposible avanzar mas para el recital de Mika, que comenzó puntualmente a la medianoche.

Michael Holbrook Penniman Ismaili (1983) más conocido como Mika es un cantante británico de origen libanés. Su familia está constituida por cinco hermanos, de madre libanesa y padre estadounidense. Huyendo de la guerra del Líbano pasó con su familia por diferentes lugares (París, Chipre) antes de establecerse en Londres a la edad de nueve años, al mismo tiempo que descubrieron que Mika sufría de dislexia. Más tarde, le contrataron una profesora de ópera rusa, para que le enseñara canto. Esto provocó que a los 15 años ya cantara como contratenor. Se matriculó en la London School of Economics para estudiar economía y política, pero dos semanas después ya estaba estudiando música en el Royal College of Music.Antes de triunfar como cantante pop, Mika fue cantante de ópera, escribió música funcional para la aerolínea British Airways y compuso jingles publicitarios.En el 2007 firmó un contrato con el reactivado sello de música disco de los setenta Casablanca Records para su álbum debut, Life in Cartoon Motion. Su primer álbum fue número uno en Inglaterra y va camino de serlo en muchos otros países. Es el artista más prometedor del año según la encuesta anual que realiza la BBC entre más de 130 profesionales independientes del mundo de la música y los medios de comunicación británicos.

No es fácil mantener el equilibrio en el medio del gentío y resulta mucho más difícil cuando la muchedumbre danza y no precisamente al unísono, pero endulzados con la música de Mika pudimos sobrevivir, bailar, cantar y disfrutar hasta el último minuto del show.

Antes de comenzar, e intuimos que para atraer a las cámaras de la tele y ver su rostro plasmado en las pantallas gigantes, un abombado que estaba dos metros adelante nuestro se balanceaba con una colchoneta inflable (de esas que llevamos a la playa) color verde. Nadie daba crédito a sus ojos, pues como la sostenía por arriba de su cabeza, la colchoneta sobresalía y bloqueaba la vista de todos los que teníamos la desgracia de estar detrás de él. La justicia obró por mano propia y cuando faltaban quince minutos para comenzar el show, manos artesanas trataron de agujerear la misma con un cigarrillo. Como no dio resultado, visto que el plástico era más grueso que un simple globo, directamente le sustrajeron el juguete de un tirón y lo fueron pasando para atrás hasta que se perdió de vista. El infrascripto sólo atinó a sonreír estúpidamente con un dejo de tristeza.

Mika salió a escena a salto vivo entonando su “Lollipop” como apertura, calzando zapatillas, jeans, remera blanca y tiradores. El escenario se llenó de colores, de luces, de alegría desplegada con globos y con papelitos de colores que eran eyectados de enormes trombones especiales para tal fin. Solo mirar la cara de Brandon, deshizo los 45 minutos de espera en nada y se me evaporó el cansancio como por encanto. El chico estaba fascinado y feliz. Como no veía el escenario, me lo volví a subir a la espalda, pero aguantamos poco pues ya no estoy para estos trotes. El universo envió ayuda: al lado nuestro había una pareja muy joven y la chica se ofreció a remplazarme. Así que el resto del show, entre ella y su novio –quien nunca se sacó los anteojos de sol-, se lo cargaron en la espalda y Brandon pudo ver todo con lujo de detalles.

Los temas del recital fueron todos los de su único CD “Life in Cartoon Motion” que Brandon me había regalado para Navidad y es uno de los pocos CDS del cual puedo decir que me gustan todos las canciones. Fue una verdadera felicidad cantar a coro con la hinchada y escuchar esos temas en vivo, al aire libre y bajo las estrellas. El hecho de pasar por esta experiencia tiñó estas canciones con nuevas emociones, o con emociones puras, pues eso es lo que pasa en los conciertos, uno está 100 % allí, viviendo el presente a full y es como que la música nos rodea, se incorpora a nuestro cuerpo y a nuestro sentir, nos brota, nos fluye y nos acuna con su ritmo. El público es la música y es como una especie de sentir colectivo delicioso, pues todos estamos disfrutando algo que nos hace felices. Mika se dio a fondo, brindando un show maravilloso y todo era un espiral ascendente de alegría y buena honda generalizada en un ida y vuelta, pues el ver a todos contentos le daba al artista fuerza y energía para seguir encantándonos con su música y sus canciones. Si le agregamos que era verano y que estábamos al aire libre bajo las estrellas en una noche mágica y maravillosa… ¿qué más se puede pedir para ser completamente feliz? En todo caso, lo atesoré como un hermoso recuerdo que volveré a revivir, agradecida, cada vez que escuche la música de Mika.

Lentamente comenzamos el éxodo del retorno, habiendo primero pasado por el stand de Mika, para comprar el famoso “souvenir”. Me negué a pagar 40 francos por una remera de algodón. Brandon estuvo de acuerdo y eligió un librito y un póster que ilumina alegremente la pared de su cuarto.

Desde Nyon, la capital del Paléo, y cede temporal del verano, va mi cariño y mi recuerdo para todos ustedes que se encuentran… ¿dónde?

Alejandra
23.07.08
(hay fotos en al álbum Paléo 2008)

La vida siempre devuelve

Hace dos años a Bárbara le robaron el celular en el colegio. Dejó el teléfono descansando sanamente sobre su banco y salió con todos al recreo y cuando volvió: ¡abracadabra! Nada por aquí y nada por allí. Lo mas grave fue que lo habíamos comprado hacía una semana y estaba aún ¡en pleno idilio! Por suerte también le había sacado un seguro, así que mientras secaba las lágrimas de mi ofendida y dolida hija, hicimos la denuncia en la police, llenamos los formularios del seguro y en una semana le entregaron el mismo teléfono, clon o gemelo del Missing in action.

Luego de haber pasado cuatro años en un colegio y conocer a todos sus compañeros y pasarla fenómeno (ahora el colegio es un club social, no como antaño), Bárbara cursaba en ese momento en un edificio nuevo, su primer año de Gimnasio (sería un tercer año de secundaria nuestra) y no tuvo la suerte de coincidir en la clase con ninguno de sus compañeros anteriores. Digamos que en el momento en que le robaron el teléfono, la mitad de la clase le parecía aburrida, insípida, insulsa, inexpresiva y privada de todo estímulo vital o inteligencia en cualquier estado, tiempo o espacio y a la otra mitad la consideraba malhumorada, histérica, hosca y poco apta para algún sentido del humor presente, remoto o futuro, y estaba a punto de confeccionar una lista para medir a quien odiaba más y si tenía sentido continuar viviendo de esta forma o era mejor buscar el modo de matarlos a todos de una vez.

El hecho de perder su móvil, no ayudó en nada a que el ambiente y los sentimientos de Barbara mejorasen. La situación con los profesores tampoco era brillante y es que ahora las cosas cambiaron tanto que los académicos no saben o no quieren mantener un buen nivel de comunicación con sus alumnos, bien o les tienen miedo y están a la defensiva o disfrutan infantilmente demostrando cuanto saben ellos y cuan poco los estudiantes tratando de ponerlos en ridículo delante del resto de la clase. Pero… como siempre que llovió paró y la vida nos otorga la oportunidad de cambiar todos los días, de a poco la situación fue variando, se fue creando una sana camaradería y de golpe mi hija volvió a sentir el inmenso placer de concurrir al colegio como antes. Tanto que al final del año escolar me confesó algo que yo ya había pensado pero que en aras de no sembrar la discordia retrospectiva, no quise traer a colación, “¿quién de todos esos encantos maravillosos, pudo haberle sustraído el teléfono en su momento?” Supusimos que nos quedaríamos eternamente con la duda.

También, a veces, la vida te regala el desenlace de ciertas situaciones que uno preferiría ignorar para siempre o dejar sepultadas en los mares del olvido.

A fines del año pasado, uno de sus mejores amigos, Greg (mi Greg, como ella lo solía llamar) le confesó, muerto de vergüenza que el teléfono había sido sustraído entre él mismo y otros dos. En realidad el tercero fue el que lo vendió y lo que había comenzado como una broma, terminó siendo una transacción comercial redituable. El tema fue que luego se hicieron muy amigos, pero muy amigos y entonces cada vez era más difícil decirle la verdad o volver atrás. Todo hubiera seguido así, sumido en las luces tenues de la omisión y el misterio perpetuo si el encanto que compró el teléfono no se hubiera ido a vivir a Australia y solo unos días antes de irse, hubiera tenido la mala suerte de ser detenido por la policía para control. Los agentes de la ley y el orden le pescaron marihuana de varios colores y decidieron llevarlo con ellos para abrir un prontuario o cobrarle una multa y ya en la estación de policía se percataron de que además el celular del muchacho coincidía con uno que portaba denuncia de robo. Fue así como Batinelli, al mejor estilo suizo, denunció a todos con pelos y señales y luego se tomó el buque y hoy vegeta junto a los canguros y los koalas.

Cuando vio que se venía la noche, Greg, optó por ponerse los pantalones y testear lo que sería comenzar a ser un hombre, se disfrazó de valiente por primera vez en su vida y en el recreo le confesó a Bárbara lo que había sucedido tiempo atrás cuando aun no eran amigos. Bárbara, me enorgullece decirlo, lo tomó con estoicismo, demostrando que es realmente un ser superior. Primero se enojó tanto que casi lo sopapea, pero pasado el impacto inicial, comprendió, gracias a todas las enseñanzas dejadas por su hermano primogénito, que todos tenemos momentos de imbecilidad y debilidad en la vida pero que eso no quiere decir que dejemos de ser buenas personas. Los dos chicos (visto que el tercero se hallaba fuera de radio) le ofrecieron un sobre con dinero que ella rechazó aduciendo que su teléfono había sido restituido por el seguro y que no le parecía bien aceptar el reintegro económico (¡con lo bien que nos venía!).

Luego recibimos la llamada de la policía, tuvimos que apersonarnos en la comisaría ya que había que reconocer al cuerpo del delito, retirar los cargos, puesto que a esta altura no queríamos agregar ya nada más a los culpables, quienes buen susto se habían llevado de comprobar que la justicia a veces tarda pero siempre llega. También le explicamos a los servidores públicos de la ley y el orden que el teléfono ya había sido restituido por el seguro y que por ende entendíamos que el mismo debía ser devuelto a quien correspondiera y cerramos el capítulo en paz.

O eso creíamos. Hace una semana recibí un llamado del Tribunal de Menores, sito en Lausanne, quien tuvo a bien informarme que tanto mi hija como yo (ya que aun es menor) debíamos apersonarnos in situ para recibir el famoso celular que volvió de la muerte. Supuse que en el “Manual suizo de respuesta a todo” no figuraba como resolver el hecho de que obviamente no saben, ni imaginan que hacer con el aparato en cuestión, y como no tenía ganas de discutir, me limité a tomar la dirección prometiéndoles que iríamos en un par de días.

Así fue que ayer nos encontramos camino a recuperar el teléfono que la vida se esforzaba en devolvernos con tanta firmeza y tan férrea voluntad. Antes de salir de casa, estudiamos el mappy para no perdernos y Barbara me recomendó imprimir todo, pero la verdad es que como voy conociendo Lausanne mucho mejor y parecía tan fácil llegar, (estaba ahí nomás del Flon) y como la impresora casi no tiene tinta, me dije que no, que llegaríamos igual sin necesidad de mapa. Y si, llegamos pero demoramos casi una hora en dar con el lugar. Esto no solo prueba que soy rebelde y cabeza dura y que puedo descartar la practicidad en los momentos más elementales, sino que las ciudades suizas tienen como una tercera dimensión a la cual no es fácil acceder. Y es que a la hora de la lógica, nos encontramos con que esta no solo no existe sino que hay como una perversidad implícita subyacente que burla las mejores intenciones. Yo recordaba bien que saliendo del Flon, debía seguir derecho por una avenida que desembocaría en la avenue de Rumine, de la cual surgiría eventualmente el “chemin de Trabandan”, pero por más que me esforcé y tomé todos los caminos posibles, no dimos ni con la avenida ni con el camino. Luego de varias vueltas sin sentido y de haber pasado por tercera vez por el mismo lugar, le hice caso a mi hija y paré a preguntar. La mujer que nos ayudó sabía adonde íbamos y nos explicó untando su relato con todo tipo de informaciones sabrosas, pero nos volvimos a perder. Igualmente ahora ya sabíamos que la avenida Rumine era una calle por donde circulaban buses y eso era un verdadero as en la manga contra el destino esquivo. En un momento, tiré por la ventana el mal humor que ya me estaba infectando el alma y a sugerencia de Barbara, empecé a disfrutar el hecho de estar perdida que comenzó a ser como un juego divertido. Si la vida me había deslizado en ese trance, en vez de ir en contra lo aceptaría con alegría y la verdad es que no fue tan difícil. Me di cuenta de que era un hermoso día de sol pero que el calor no molestaba, que en realidad no tenía ninguna urgencia ni nada que hacer y bien podía perder una hora paseando por Lausanne que nunca deja de ser una ciudad bellísima y encima, contaba con la preciosa compañía de mi hija, cosa que está comenzando a ser un verdadero lujo en estos últimos tiempos. Así que me lo tomé todo con mucha calma y con mucha risa. En un momento creí que nuestra búsqueda estaría terminada puesto que pasamos por el Palace Rumine que si no vi mal contiene una biblioteca. Con mucha expectativa busqué el cartel con el nombre de la calle pero no era lo que yo esperaba. Me dije entonces que la famosa avenida Rumine (supuestamente nombrada así por el palacio) estaría a la vuelta y me volqué a dar una vuelta manzana. Pero eso es imposible cuando las manzanas no son cuadradas y ese es el principal problema aquí donde todo es tan sui generis que es imposible adivinar que formato tiene cada bloque o manzana donde yacen los edificios y las casas. Terminamos ancladas en un semáforo frente al parking de La Riponne. Digo bien ancladas pues fue el semáforo mas largo de mi vida, tanto que le dije a Barbara “este semáforo ¿será anual?” Y comencé a imaginar lo que sería si existieran ese tipo de semáforos donde uno queda atrapado por un cierto tiempo y como que tiene que reestructurar su vida desde allí, hasta que se cumpla el plazo y pueda volver a ser libre y morar en su casa. Ya me veía erigiendo una carpita (al mejor estilo argentino) al lado del auto y buscándome alguna actividad en la zona. Casi una novela de Paul Auster (genio en el arte de mostrar situaciones descolocadas como si fuera lo más normal del mundo y elaborar con maestría todo el submundo que se crea a partir de las mismas).

Finalmente llegó la luz verde y decidí doblar a la derecha y siguiendo una avenida un tanto sombría nos dimos cuenta de que íbamos de mal en peor pues ya a esa altura no teníamos ni la mas remota idea de donde estábamos y nos habíamos adentrado en territorio virgen. La zona comercial se había transformado sutilmente en una zona residencial poblada de elegantes casas con jardín y regios petits-hotels también ajardinados y llenos de flores. Por suerte venía alguien caminando y como no había tráfico pudimos parar y preguntar con tranquilidad. El hombre en cuestión no hablaba casi francés y resultó ser un yanqui de San Francisco. Al principio dijo que no tenía ni idea de adonde íbamos, pero como le dimos un poco de charla, aflojó y de golpe se iluminó y dijo: “¡ya sé adonde van! Es por aquí, no sé bien donde, creo que si doblan en la primera calle a la derecha y bajan van a dar con la avenida Rumine y luego verán el cartel de Tribunal des Mineurs que las guiará”.

Le agradecimos y partimos muy entusiasmadas y así fue, estábamos muy cerca. Dimos rápidamente con el chemin de Trabandan pero allí surgió otro inconveniente típico de estas tierras tan antiguas y que es la nunca bien ponderada numeración trastocada de las calles. Ninguna ciudad europea que se precie mantiene un equilibrio ecológico o balance natural y parejo entre sus pares e impares. Digamos que son como los Capuleto y los Montesco sumidos en una eterna pelea. Eso quiere decir que normalmente si la vereda derecha esgrime el número 4, en la vereda de enfrente o izquierda, encontraremos con la mayor tranquilidad y sin motivo de preocupación ni susto, ni complejo alguno, al número 35 panchamente apostado. También abundan otro tipo de trucos sucios y bajos como la incorporación ilegal y alevosa del bis, que desestabilizan totalmente la sanidad mental del pobre cristiano, que inocente y cándido, trata de llegar pacíficamente a destino o dar con una dirección sin ofender, ni hacer mal a nadie.

Y aquí debo traer a colación dos ejemplos interesantísimos, verdaderas piezas de colección, que no tienen que ver con esta historia, salvo para ilustrar el tema caminero, pero que vale la pena que sean conocidos, así que sigan leyendo por favor.

En Nyon, pequeño pueblito donde vivo hay hasta donde yo sé dos casos de locura domiciliaria. El primero es el consultorio de mi psiquiatra (vaya coincidencia) que se encuentra en la rue de la Gare 18. Al llegar allí comprobamos que es una pequeña esquina donde mora el bar “Le Brasseurs” -que cultiva su propia cerveza la cual puede ser servida en tu mesa en una columna de vidrio transparente de dos metros- y una pequeña galería. También hay un cartel que dice “el 18: entrada por la calle lateral, ruelle de la Moraz”. Así que uno debe montar por la ruelle de la Moraz y caminar hasta encontrar el 18 donde se encuentra la entrada de algo que obviamente está censado de estar en otra calle por la cual no hay acceso. ¿Se entiende? Después de cuatro años de terapia, yo aún me sigo rompiendo la cabeza.

El segundo ejemplo es todavía más complicado. En la esquina de mi casa, o sea calle que corta y corre perpendicular al Chemin du Couchant (la mía) esta la Route de Divonne –donde se encuentra el colegio de Brandon- que baja hasta el lago. Pero hete aquí que los primeros cien metros de mi calle, pertenecen o se llaman también Route de Divonne solo para los números 22 al 26. No obstante ello, una vez pasado el hospital, se abre a mano izquierda de la Route de Divonne, otra Route de Divonne que tiene unos 300 metros y es donde se encuentra el colegio de Barbara –el Gimnase-. Resumiendo hay tres routes de Divonne, dos que corren paralelas y desembocan ambas en la –tercera- Route de Divonne que baja hasta el lago. Digo yo, habiendo tantos siglos de historia que nos legaron tanto prócer y tanta persona ilustre, ¿no se podía poner otro nombre a esta bendita calle para que la gente no se pierda o tarde meses en llegar a destino? Enigmas de hoy y de siempre.

Volvamos pues al tema actual, que dejamos varado en la numeración severamente despareja de las calles. Según pudimos comprobar en este caso la calle iba, como es normal, totalmente desprolija y trastocada en su numeración bilateral a lo cual se sumó el hecho de que descendía en bajada sinuosa y que cuando finalmente cruzó la vía del tren, tuvo lugar un hecho insólito: de la vereda de los impares quedo como un vacío, un blanco, y vimos un cartel que explicaba que los impares del 29 al 35 continuaban en otra calle que se abría transversalmente a mano izquierda de la que estábamos recorriendo. ¡De locos!

Conseguimos estacionar bajo el puente del ferrocarril y caminamos hasta el tribunal que resultó ser un edificio rodeado de escuetos jardines. Por supuesto que allí nos encontramos con otra sorpresa muy común y frecuente. Entramos al edificio y constatamos en el cartel de entrada que era el B, pero al llegar al fondo y subir al primer piso hallamos el famoso cartel de “al Tribunal de Menores entrada por el edificio C, primer piso”. Parecía la búsqueda del tesoro y me dije que si realmente alguien tiene que venir aquí a compadecer, te dan todas las opciones para abandonar y huir en franco escape y mutis por el foro.

Llegadas finalmente al tribunal, que resultó ser una oficina pública común y corriente, nos identificamos mediante la libreta de familia, nos hicieron firmar la constancia de recepción y nos entregaron el famoso teléfono. Barbara se emocionó al reencontrarse con su aparatito perdido en el tiempo y en la distancia y partimos felices de haber dado buen fin a la historia.

Como siempre digo, pues lo he constatado, cuando algo nos pertenece, no importa lo que pase o cuanto tiempo transcurra, la vida siempre devuelve. Y a veces, como en este caso, ¡devuelve doble!

Desde Nyon y estudiando la Filcar con verdadera añoranza, les mando un besote inmenso,

Alejandra
29.07.08